lunes, 19 de enero de 2009

La Niña y El Columpio...



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- Se sentó en el columpio, con el firme objetivo de dedicarse a observar a la gente pasar caminando. Ella deseaba encontrar, en alguna de estas personas, ese algo que buscaba con ahínco. Y se sentó allí de la misma forma que hacía siempre, pero ahora tdo tenía una connotación distinta. Ahora permanecería allí hasta que fuera su turno de partir.Y esta vez no se distraería con banalidades, en esta ocasión debería tomar nota de cada detalle. Pero en su cabeza “ellos” hacían mucho ruido como para que ella pudiera escuchar a sus propios pensamientos, y es que esa gentecilla cantaba muy fuerte a veces. En realidad a ella no le desagradaba aquello enteramente, ni mucho menos, pero es que a ratos se sentía un poco... Invadida. Y tdos necesitamos nuestro espacio. Tal vez, en ciertas ocasiones, le habría gustado haber sido público de una orquesta que tocase melodías menos armónicas. Por lo cual “aquí hace falta otro tipo de música”, pensé yo y pensó ella. Y como el jefe mandó, pusieron una estridente música –de circo– de fondo, para ambientar mejor esta historia, o al menos para hacerle el escenario más agradable a nuestra niña ilusa. A ella le hacía feliz algo novedoso, algo que rompiera la rutina de vez en cuando. Y entonces allí estaba ella, sentada en “su” columpio habitual, dándose un poquito de impulso para luego simplemente frenarse. No se atrevía a más, aunque, a veces, se propulsaba con un poco más de violencia, pero segundos después se arrepentía de haberlo hecho, porque ello le causaba temor. Allí era cuando se le iba tda motivación por seguir utilizando aquel trasto para lo que fue hecho originalmente: entretenerse. Qué vida más aburrida era ésta, la de nuestra niña necia. Los otros niños, siempre engreídos, a veces se divertían comentando lo ridícula que se veía ella allí, sentada, balanceándose torpemente. Y de muy buena gana la insultaban y decían que era nada más y nada menos que un fenómeno.

–¿A ver, y qué es lo que me hace un fenómeno? Pienso que tengo derecho a ser distinta... Pienso que tengo derecho a ser la mejor..

–Nda, no importa, son detalles... Tú simplemente no saludes ni sonrías. Ni saludes ni sonrías. Ésta es una historia triste. Quítate esa mueca de la cara, no te pagan por ponerla.

–¿Me pagan? ¿Me pagan con esto? ¿Me pagan con la felicidad que me merezco?

–le preguntaba ella, con sus pensamientos, al narrador dentro de su cabeza, es decir, a mí

–. ¿Me llevarán? ¿Me iré lejos? ¿Y quién me paga? ¿Les importo? ¿No me digas...? Como pueden apreciar, nuestra querida amiga estaba un poco desesperada por atención, pero en realidad ella no lo quería admitir. Era tan, tan rechazada por los demás, que ya no sabía ni cómo manejarlo. Los demás infantes no la querían cerca de ellos. De a poco le fueron ganando odio ya que cada vez que el balón con el que ellos estaban jugando caía cerca de donde se estaba columpiando la niña, ésta nunca les hacía el favor de devolvérselos de una patadilla. En algún punto, esto terminó por resentirlos a ellos en contra de la pobre chiquilla. Las primeras veces se lo perdonaron... pero luego ya fue mucho. La cría no parecía tener buena voluntad porque nunca, jamás se movió un solo centímetro de donde estaba para intentar devolverles la pelota a los niños... Así que “lo consiguió”, ellos la odiaron y ella se quedó sin amigos, sola en el mundo, sólo en compañía de las voces dentro de su cabeza.Es que ella era una niña muy extraña. Le faltaba vivacidad, entusiasmo, brillo en los ojos... Ella no sabía ni sonreír ni columpiarse, ni relacionarse con la gente y es que ay, no sabía nda de nda, yo creo que con suerte sabía cómo pestañear. Era sólo una pobre niña de torpes movimientos y mirada perdida. Pero ahora estudiaría a la gente. Sí, por fin estudiaría a la gente. Sí... porque alguien del parque era quien debía estar cantándole al oído constantemente. Y también alguien del parque debo ser yo, que le estoy contando su misma historia a ella misma.Pobre niña... No sabía vivir. El miedo no la dejaba moverse. Oía muchas voces a su alrededor y los demás no parecían darse cuenta del bullicio horrible e insoportable que ocasionaban aquéllas. ¿Bullicio insonoro? Éste sólo era roto cuando algún niño aburrido y malintencionado le hacía un comentario sobre la poca contribución que era para el mundo la gente sosa, poco refinada y “fea” como ella. ¡¡Rompen el bullicio incesante!! ¿Cómo osan? ¡El bullicio incesante!Las voces a veces cantaban. Canciones religiosas, creía darse cuenta la niña de que eran. Claro que en esta ocasión no, porque variamos a otra melodía. Es que ésta era una ocasión especial.

–Quizás me hablan los ángeles


–meditaba esperanzada.


– Quizás quieren llevarme. Quizás se dieron cuenta de que no pertenezco a este mundo... Ay, pamplinas.La vida era una condena. Sueños, deseos que vienen de su inconsciente:


– Caerse del columpio.


– Rodar cuesta abajo y arrastrar a todos esos niños antipáticos con ella.


– Callar las voces con el estruendo que harían los golpes que sufriría su cuerpo al ella caer. Deseos lindos y agradables, pero no eran buenos. No, no eran buenos. Pero era un plan perfecto.Golpes ruidosos.


–Pero no me caigo del columpio ni ruedo colina abajo


– alegó ella. No se atrevía a enfrentar el dolor, la muy fenómeno. Pequeña niña que vive en una burbuja. “¡Niña ilusa!” le decían, canturreando, las voces en su cabeza. El bajarse del columpio como una ilusión. Apuró las palabras dentro de su mente para pedirle a los transeúntes que la ayudasen a bajar de donde estaba, pero ningún sonido salió de su boca, ella siempre había sido muda. Habría de esperar a que viniera la mujer aquella que se encargaba de ella y de los demás niños a socorrerla. Si es que quería. Si es que no se le olvidaba.No podría buscar a los dueños de su locura si es que ellos estaban más allá del metro cuadrado que ocupaba el columpio...Y es que si se bajaba de allí, quizás los ángeles ya no le cantarían de vez en cuando esas canciones religiosas y quizás ya no se la querrían llevar al paraíso, como ella creía. Porque habría caído en el error, como todas las demás personas, de la impaciencia. Porque ella no erraba, ¿o sí? El ser muda no era un error, suponía ella. –No lo es. ¿Y por eso me pagan? ¿Por ser muda? Ya me aburrí de esta música, apágala, quiero la otra.–Tú calla, sólo no saludes ni sonrías, ésta es una historia triste.El ser una miedosa (o cautelosa, más bien) tampoco era un error. Ella no quería hacer daño ni a los demás ni a ella misma. Muy a menudo pensaba en formas de torturar a todos esos idiotas, pero ella jamás llevaba nada a cabo. Ella era buena, ella no erraba, y por eso los ángeles (¿ángeles?) le cantaban, y por eso ella permanecía en el columpio casi inmóvil, a ratos atreviéndose a ser osada y darle un poco de impulso a éste para demostrarle a los demás que de verdad no era tan extraña como decían, sino que era la más sensata de las personas... Cuidadosa, cautelosa... No era que fuera cobarde.Sólo, quizás, estaba un poquito loca y los ángeles de blanco se la llevarían a otra parte... A una habitación de paredes blancas, por ejemplo.Ésta es una historia triste.Hay cuestiones más graves que leves en la vida. ¿Voces más graves que leves?. Voces peligrosas... Agudeza en los silbidos... Palabras que no dicen nda. Y que te arrastran a tomar malas decisiones.

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